(Mini)Serie de TV
“Big Little Lies”
EEUU
2017
Sinopsis (Página Oficial):
Reese Witherspoon, Nicole Kidman y Shailene Woodley protagonizan la nueva serie de HBO que narra la historia, cómicamente oscura, de tres madres del norte de California cuyas vidas aparentemente perfectas terminan en asesinato.
Hay producciones audiovisuales que se estrenan en el momento y lugar adecuados y cuyo contexto acaba subyugado al de la realidad social en el que ahonda. “Big Little Lies” pudiera encajar en tal posibilidad. Su éxito en los Emmys venciendo, en mi opinión, a la más que superior “Feud: Bette and Joan” sintetiza un oportunismo que tampoco ha deseado buscar una notable propuesta. Flashback. HBO estrenó una de sus miniseries más llamativas de la temporada el pasado mes de febrero. Su reparto, encabezado por Reese Witherspoon, Nicole Kidman y Shailene Woodley era uno de los puntos más atrayentes junto a la dirección de Jean-Marc Vallée. Pese a las buenas críticas y excelente recepción por parte del público, Kidman confirmaba a los medios allá por el mes de junio que la miniserie no tendría continuación. O, al menos, no existía ninguna clase de perspectiva de continuar por el momento. El director de “Dallas Buyers Club” parecía ratificar que la producción no tenía más futuro que el de su propia y única primera temporada. HBO, por el contrario y en el mes de julio, quería dejar en la recámara la posibilidad de dar una continuidad a la historia. Aunque la cronología parezca indicar lo contrario, existía una clara conexión entre los Emmys del mes de septiembre y el escándalo que llegó a tierras hollywoodenses tras las acusaciones de abuso sexual contra Harvey Weinstein en el mes de octubre. La industria televisiva daba la impresión de avecinar una reivindicación femenina resignada al silencio durante décadas por agresiones sexuales e incluso violaciones detrás de las bambalinas. “The Handmaid's Tale”, “Veep”, “San Junípero” y, por supuesto, “Big Little Lies” otorgaban distintas variaciones a una voz —que no podía ser adormecida— que proseguiría bajo el denominado Efecto Weinstein. En el caso que nos ocupa, la creación de David E. Kelley trata sobre parte de esos abusos físicos —y sus secuelas psicológicas— a las que están sometidas algunas de nuestras protagonistas. Y es evidente que ese discurso encajaba mucho mejor que el de la miniserie centrada en la disputa entre Joan Crawford y Bette Davis. Pese a que la propuesta de Ryan Murphy era claramente femenina, dejaba constancia del sistema machista en el que se basaba ese Hollywood clásico cuyos tentáculos llegan hasta el presente. “Big Little Lies” jugaba en otra liga y, evidentemente, se llevó el mayor premio y un reconocimiento necesario aunque injusto.
“Big Little Lies” se centra en un asesinato para que el espectador se plantee dos preguntas primordiales: ¿quién es la víctima y quién es el culpable? Es indudable que David E. Kelley desea conceptuar un macguffin para trazar una sátira social a través de los testimonios de esos supuestos testigos. Se trata de ese ‘murmullo’ constante y discordante que supone una alegoría de las redes sociales, de esa sociedad que solamente produce ruido y nos aparta de la verdad; únicamente aporta dosis de veneno y toxicidad a través de sus propios traumas y neuras personales. Es preciso centrarse en el conflicto interior por encima del enfrentamiento que nos tratan de ‘vender’. La (mini)serie de HBO, por lo tanto, no es el retrato de la pugna entre Madeline Martha Mackenzie (Witherspoon) y Renata Klein (Laura Dern) sino que, por el contrario, se trata de una de las muchas distracciones narrativas y audiovisuales de la propuesta para desarrollar su leitmotiv: ¿Quién es la víctima y quién es el verdugo? E. Kelley tiene claro que su elenco y carcasa es otra de los pasatiempos para distraer a la audiencia, como si quisiera retratar —en cierta medida— esa pomposidad y apariencias con las que se adorna la clase alta estadounidense —e inherentemente el propio star-system hollywoodense—. Esa fiesta de disfraces y réplicas, sintetizada como el epicentro social de la comunidad, esconde otro aterrador secreto que va a explotar ante los ojos de todos. “Big Little Lies”, así pues, es la historia de dos mujeres torturadas y víctimas de los abusos de un hombre. No es que la (mini)serie de HBO nos seduzca por su original vuelta de tuerca final —el violador/maltratador de sendas protagonistas es Perry Wright (Alexander Skarsgård)— sino que parece unificar el mal que acecha a la sociedad y, obviamente, a las mujeres. Irónicamente, la división de esas damas sobre las que ha pivotado la temporada alcanza una extraña comunión para lidiar con esa amenaza personificada en una cara bonita y un buen nivel social. Aquello que pretende contar “Big Little Lies” es que las mujeres han de estar unidas ante la adversidad y respaldarse las unas a las otras. De este modo y como gran jugada narrativa de E. Kelley, el verdugo se convierte en víctima: Perry Wright es el cadáver exquisito sobre el que se articulan las tramas pero, al mismo tiempo, se trata del martirizador de algunas de las protagonistas. Que Bonnie Carlson (Zoë Kravitz) se aquella encargada de acabar con el mal que reinaba en la apacible comunidad, es representativo de un sistema que no suele proteger a los indefensos y da cobijo a los maltratadores. El espectáculo de HBO, sin embargo, no pretende demonizar a los hombres y encarna en todos sus bloques y frentes la presencia femenina. De este modo, la detective Adrienne Quinlan (Merrin Dungey) se convertirá en la futura antagonista de ese grupo de mujeres que ha hecho un pacto de silencio para acabar con el monstruo que había engendrado la enfermedad de la discordia en el pueblo que habitaban.
¿Muerto el perro se acabó la rabia? La anunciada segunda temporada de “Big Little Lies” hace pensar que no, aunque uno de los más sugerentes planteamientos de David E. Kelley sea que la violencia de Wright (Skarsgård) sea un mal genético que afecte a sus descendientes. En cierto sentido, aquello que se trata de plasmar es si la violencia de género y los abusos (sexuales o no) sean parte de un virus que se propague dentro de la sociedad, de generación en generación. Del mismo modo que Jane Chapman (Woodley) tiene dudas respecto a las acusaciones a las que he sometido su hijo —por ser su padre un violador y maltratador—, la revelación sobre la identidad del niño que estaba acosando a Amabella nos desconcierta igualmente. Se trataba de uno de los retoños de Celeste Wright (Kidman) y, por lo tanto, los genes de Wright estaban presentes en esa dinámica de explosiva violencia que trata de plasmar la (mini)serie. ¿He ahí la representación de ese mal del que ha librarse la sociedad o la reproducción de los malos tratos no hacen más que engendrar un ciclo reiterativo y pernicioso? Sea como fuera, el misterio troncal se adhiere a esos secretos anexos de “Big Little Lies”. Jean-Marc Vallée da la impresión de centrarse en la psique de sus protagonistas a través de esas ráfagas que componen el montaje, como si fueran víctimas de los ecos de sus conflictos y traumas. La producción de HBO desea ir más lejos de un simple melodrama por —y para— estrellas y reinvidicarse fuera del margen de esas odiosas comparaciones con “Mujeres desesperadas”. Justamente, la carcasa de opulencia en la que se recrea la (mini)serie refleja esa incomodidad que se halla en interior de la sociedad y que ha de ser expulsada de la misma. La historia de David E. Kelley, que adapta la novela de Liane Moriarty, desea conceptuar que la violencia de género le puede pasar a cualquier, independientemente de su condición social. No es un drama de ricos ni de pobres, es un drama, estigma y enfermedad que está entre nosotros. Y, sobre tal proposición, el espectáculo brilla en esa fábula y juego de disfraces de unos adultos que parecen comportarse como niños e ignorar —muchas veces pretendidamente— los verdaderos problemas que tienen delante de ellos y se niegan a aceptar, racionalizar o comprender. ¿La herencia del mal, pues, está presente y ni un idílico plano en una playa perfecta podrá salvarnos del eterno acecho por librarnos del mismo?
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