«Sí, allá vamos otra vez. Secretario de Estado. Eso quería. Eso era lo único que quería. Eso fue lo que me prometieron. Y ahora, aquí estoy… presidente de estos Estados Unidos. Vosotros habéis hecho esta cama, América. Vosotros me habéis votado. ¿Estáis confusos? ¿Tenéis miedo? Porque lo que creíais que querías, ya está aquí. Y ahí estáis, mirando al pasado, desconcertados, boquiabiertos… preguntándoos si esto es, en realidad, lo que pedisteis. Esta democracia, vuestra democracia, me ha elegido a mí. Y si creéis que ha sido difícil llegar hasta aquí, imaginaos lo que estoy dispuesto a hacer para quedarme. Miro a toda esa gente reunida hoy aquí y sé que no me apoyan. Estoy mirando a gente que está esperando, con una sonrisa en la cara, a que llegue su turno. Y los más peligrosos de todos son los que más sonríen y más fuerte aplauden. El poder es como el negocio inmobiliario, ¿recordáis?».
[AVISO SPOILERS PRESIDENCIALES] Bienvenidos de nuevo a ese futuro distópico que están planeando los Underwood sobre el suelo de Estados Unidos de América al ritmo de «No nos rendimos ante el terror. Creamos el terror…». El eslogan ahora se ha transformado en un su unión como fuente de poder y, al mismo tiempo, ambigüedad. ¿No incluyen también a los espectadores? ¿No nos habíamos sumado ya a las maquinaciones del matrimonio desde que el personaje interpretado por Kevin Spacey desde el comienzo de la serie de Netflix? En esta quinta temporada veremos cómo Claire Underwood abre fuego dirigiéndose a nosotros… pero la cuarta pared nos protege. Francis, por su parte, entona un «no pienso ceder» como parte de una filosofía y lectura implícita en la propuesta. El terror ahora es su arma de manipulación masiva y el no tan inocente pueblo es su combustible para que el fuego siga ardiendo. Nosotros también somos parte de esa sociedad que conoce tanto el pecado como al pecador pero, contrariamente, damos el visto bueno a su legado y eterno poder. Y es que es cierto que “House of Cards” depende de la presencia de los Underwood en la Casa Blanca para mantenerse a flote y es complicado —por no decir imposible— imaginarse una ficción en la que los protagonistas absolutos no se hallen la cima de ese castillo de naipes que han construido a base de conspiraciones, mentiras y muchos crímenes. Aunque no den nada por seguro… La idea, ciertamente, es que todo se desestabilice pero que la edificación siga en pie al final de cada temporada… con nuevas piezas y más riesgos a una estructura siempre tambaleante. ¿Qué cartas se han doblado y han sido colocadas en ese cada vez más monumental y vacilante castillo de naipes?
Aunque nos hayamos librado de la fiereza de esa silenciosa felina política que representa Claire, Francis sigue ahí, acechante… El miedo y el terror son el juego de ambos y nadan en venganzas y mares turbulentos de manipulaciones, amenazas y complots para permanecer en el poder. Una de las más gratificantes lecturas de “House of Cards” es descubrir el sentido de farsa que supone la democracia para el pueblo y la constante sensación que algo está fallando en el sistema que supuestamente nos ampara. Francis nos deja claro que no tiene nada que temer y que en la nación Underwood solamente puedes elegir bando: o eres de los suyos o te conviertes automáticamente en un enemigo que será aplastado sin compasión. En esta quinta temporada de la serie de Netflix se plantea de nuevo es sentimiento de poder y de la posibilidad que existe en que la infamia puede establecer el legado de un presidente de Estados Unidos. Es obvio que, al igual que el antihéroe de la historia, el amor y el odio son percepciones coherentes para acercarse al influjo de un relato plagado de condescendencia y la ironía que despliega la maldad de los actos de aquel que se dirige al público. Siempre he pensado que “House of Cards” podía haberse quedado como un perfecto díptico en el que un villano consigue su objetivo a golpe de maquinación y asesinato pero, por el contrario, con el que Beau Willimon —ni entendemos el gigante del streaming y sus protagonistas y productores— han querido conformarse. Es cierto que el halo de una telenovela política existe como parte inherente de la estructura y muchas veces habita el caos en las tramas junto a giros de guion un tanto sorpresivos y poco creíbles. Estamos ante una serie que también se somete a su propia condición y arrogancia de sus personajes y necesita, recíprocamente, recrearse en unos mecanismos conocidos por la audiencia pero, a la vez, amplificados por esa lectura contemporánea de la Marquesa de Merteuil y del Vizconde de Valmont. Ambos son vampiros y depredadores que ocultan sus auténticas intenciones y sentimientos en máscaras y capas que evitan que otros puedan leerlos. He ahí su secreto…
La historia sigue siendo la misma: cómo los monstruos desean perpetuarse en el poder. Nos conocemos los trucos y los escritores utilizan el propio plano real de la audiencia —en el convulso plano sociopolítico— para retroalimentarse. Es cierto que a estas alturas de la serie muchos espectadores pueden sentirse aburridos entre numerosos y recurrentes juramentos presidenciales y maniobras políticas junto a conspiraciones que viven del pasado del espectáculo. En cierta forma, “House of Cards” necesitaba ciertos sacrificios para cambiar su interior y modular su futuro. De este modo, el asesinato de Zoe Barnes y las pesquisas periodísticas de Hammerschmidt ocupan una parcela del espectro dramático que parecen nunca querer abandonar la ficción. Los núcleos de esta temporada, además, son las presidenciales en las que Conway se convierte en un persistente rival (condenado a la locura y el fracaso) y los muchos problemas que desatan algunos enemigos de Frank Underwood. La idea es todo ese cúmulo de cinismo y perdición comience a cobrarse víctimas en la que ningún personaje principal esté a salvo y en la que los espectadores sintamos esas réplicas irreales de nuestra realidad. Huelga decir que Trump, Putin, Snowden, Siria o ISIS van a estar presentes a las líneas argumentales al otro lado de la pantalla y la atracción que sentimos es ver cómo la sinuosa y afilada maldad de los Underwood hace que salgan con la suya. La realidad, no obstante, siempre supera a la ficción y el material se recrear en el sincronismo de Francis y Claire pero también, asimismo, en sus diferentes perspectivas en las que somos incapaces de descifrar cómo se utilizan el uno al otro. Algo que avanzaba ya alguna proposición previa es ver cómo Claire Underwood ocupa el rol de la presidencia de los Estados Unidos y ha de lidiar entre ese fauna de lobos que conforma el espectro de Washington. En esta temporada también existen líneas de evolución para personajes como Doug Stamper y la tragedia inherente en un hombre condenado a la perdición… Hablemos del eje y núcleo principal. “Chapter 60” es un capítulo fundamental porque aparta a los Underwood del mismo foco y ofrece a Francis y Claire un espacio argumental separado para crecer y avanzarnos, indirectamente, el futuro del espectáculo. Ya vimos cómo son capaces de ser más contundentes incluso separados. Ese cruce de información, en el que ambos personajes se ponen al día de lo que ha hecho su pareja, es una posibilidad para Beau Willimon… pero sabemos que el creador de “House of Cards” desea llegar más lejos… La serie ha de ir más lejos.
Pensemos en que el libro que escribe Thomas Yates revela toda la verdad interior que esa pareja de monstruos y vampiros se había negado a revelar al mundo. He ahí su sentencia de muerte ya que lo único que lo protegía (el amor de Claire) se desvanecerá bajo la posibilidad del poder para la mujer más poderosa de Estos Unidos. La idea es que lo único que evita pesadillas en ese matrimonio es su sentimiento de supervivencia para justiciar los crímenes e incluso asesinatos que han cometido impúdicamente. Tom ve a Claire como una Groenlandia, tan fría y lejana… ¿Un animal crepuscular con sed de poder y negada al amor como parte de una humanidad de la que pretende distanciarse? Su asesinato a manos de Claire es completamente maquiavélico y cronometrado, rememorando una extraña combinación de femme fatale a lo Catherine Tramell. Aquí también surge el influjo de dos nuevos personajes como Jane Davis (Patricia Clarkson) y Mark Usher (Campbell Scott). Recordemos que Davis ya le dio su arma del crimen de un modo sibilino y que ésta orquesta toda la política exterior con sus muchos aliados y artes. Davis está dispuesta a todo para llegar a completar su fin y no es otro que dar el poder absoluto a Claire, su apuesta para enderezar no solamente el rumbo del país sino de todo el mundo. ¿Podrá mirar hacia abajo para ver la cara del horror que ella misma ha desatado una y otra vez? ¿Se sentirá a gusto en una sala en la que alcance artificialmente el nirvana? Usher va también a la par en ese mundo de personajes en los que apenas se eleva el tono de voz y en el que las influencias y el poder están en la mirilla. Ambos asesores aterrizan en la Casa Blanca para quedarse y son conocedores de que Frank Underwood ha centrado sobre él todos los grandes escándalos que pueden suponer su salida. Sabíamos que ese incansable diablillo tenía que perpetrar su jugada y vender su ‘falsa’ culpabilidad. La verdad no existe para aquellos que gobiernan yo juzgan ya que todo, simplemente, son intereses dentro de un sistema corrupto del que todos forman parten. Sobre tal proposición, el guion ha jugado con la lectura en la que el antihéroe explote los vacíos y lagunas de la constitución estadounidense y de la democracia. Aquí lo importante siempre ha sido ganar, sin importar los odios o alabanzas. «Bienvenidos a la muerte de la Edad de la Razón, Ya no existe el bien y el mal. Eso se acabó…». Todo se reduce a estar dentro o fuera y Frank es conocedor de que cómo obtener el poder tras el poder. Algo parecido es insinuado por Viktor Petrov para perpetuarse en el trono y ese inequívoco fallido sentido de los sistemas demócratas. Algo está fallando. El pueblo grita pero sus dirigentes solamente escuchan sus ecos e incluso se mofan de la hoguera social que ellos mismos controlan. Obviamente aquí no hay respuestas sino posibilidades y aquello que descubre Frank Underwood es que quien controle la Casa Blanca controla el mundo pero, al mismo tiempo, el poder está más allá de esa burbuja donde el matrimonio se encontraba atrapado. El diseño del antihéroe de “House of Cards” propicia una hábil jugada para forzar su dimisión y arrastrar con Doug y otros colaboradores a una salida que deje completa libertad al poder de Claire como nueva presidenta de la nación. Ese esquema pasa por el sincronismo de ambos dentro y fuera de la Casa Blanca para dominar el mundo pero el problema, irónicamente, es que las acciones de Francis con ayuda de Doug (ambos eran el topo) destruyó el sincronismo de la pareja. Y, por supuesto, tendremos más víctimas mortales de todas esas maquinaciones. ¿Renovarse o morir, he ahí la cuestión?
Claire, por su parte, ha hecho sus decisiones y eligió el poder por encima del amor. Asimismo, Francis estaba casado con el poder y nunca con Claire como parte de una doble farsa. ¿Significa todo lo anterior que nuevamente vamos a ver al matrimonio enfrentado por esa amante de ambos en discordia? Podemos sentirnos perdidos como muchos de los personajes secundarios de la serie de Netflix, armonizando con los sentimientos de ese periodista descolocado que se ha sumergido demasiado en conspiraciones ha perdido el objetivo real de las maquinaciones de los Underwood. El contexto social, no obstante, sigue siendo el mismo con gente gritando y protestando; simplemente cambia sus caras y pancartas. Claire es conocedora que vive atrapada ahora con dos depredadores de la talla de Davis y Usher e incluso éste último desea acceder a la vicepresidencia… Claire tiene un arma para controlar a su marido y ésta es el indulto que ha de concederle y desea prorrogar. ¿El problema? Que Frank no dudará en matarla si no cumple su promesa y pacto. De momento, su huella es quemar una de las estrellas de la bandera del Despacho Oval como marca de su infame legado mientras que Claire vuelve a quebrar la cuarta pared para dejarnos claro la nueva posición de la serie; de su serie. Tal vez que previamente Claire nos hiciera un guiño en los últimos episodios de la temporada dándonos a entender que siempre fue consciente de nuestra presencia pero que todavía, contrariamente, no se fía de nosotros para compartir sus interiores. Ahora es su turno… ¿nuestro turno?
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