domingo, 20 de noviembre de 2016

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Toni Erdmann: The Greatest Love of All

“Toni Erdmann”
Director: Maren Ade
Alemania
2016

Sinopsis (Página Oficial):

Ines trabaja en una importante empresa alemana con sede en Bucarest. Tiene una vida perfectamente ordenada hasta que Winfried, su padre, llega de improviso y le hace una pregunta inesperada: «¿Eres feliz?». Incapaz de contestarle, su existencia se ve conmocionada por la presencia de ese padre del que se avergüenza un poco, pero que le va a ayudar a dar nuevamente sentido a su vida gracias a un personaje imaginario: el divertido Toni Erdmann.

Crítica Bastarda:

En el film de Maren Ade existe un halo de complejidad respecto a ese personaje que enmarca todo el conflicto de la obra. Ines Conradi (Sandra Hüller) se convierte en una especie de estatua indescifrable incluso para su propio padre, conduciéndonos a un planteamiento en el que la deshumanización de la civilización es más avanzado a cada paso que da cada nueva generación. Winfried Conradi (Peter Simonischek), por su parte, no tiene miedo de ejercer como bufón ante la sociedad, entregándose a un juego de personalidades que planteen un espejo sobre el que toda persona que quiera asomarse pueda verse reflejada. El propio Winfried sufre su propia crisis existencial notando un distanciamiento con su hija, que sus bromas ya no son tan respaldadas por aquellos más cercanos y mucho menos por los desconocidos; es un hombre que se ha quedado solo en su lucha y en peligro de extinción. Su maquillaje inicial, similar al de un muerto viviente, representa ese concepto fúnebre en el que el humor ya se encuentra en un estado luctuoso, alcanzando el propio protagonista en tal percepción una simbiosis de payaso y espectro. ¿Son tiempos tan oscuros que ya somos incapaces de reírnos de nosotros mismos? Asimilando que a los jóvenes de hoy en día poco o nada les interesa las lecciones de piano y que es incapaz de conectar con el mundo que le rodea, este profesor de música jubilado acaba por sumirse en una crisis existencial que detona definitivamente con la muerte de su perro. Winfried acaba viéndose reflejado sobre tal fatídico suceso y se plantea indagar el estado de su legado, siendo la felicidad de su hija su mayor preocupación. Es obvio que ese cumpleaños de Ines y las distintas representaciones del mismo a lo largo de la cinta suponen una materia que permite a Maren Ade modular esa ansiada representación de comedia dramática bajo un tono pretendidamente excéntrico y absurdo sobre el que se reviste su obra. Y la realidad, no obstante, siempre supera a la ficción.


En realidad, “Toni Erdmann” despliega sus esencias y tentáculos sobre la mecánica de (re)conexión de un padre con su hija, entablando un discurso sobre la pérdida de sentimientos de un mundo condenado a la autodestrucción incapaz de disfrutar de un momento y mucho menos de reírse de sí mismo. El fin de la ironía tiene dos caras en una moneda con la que Maren Ade desea articular una ácida crítica social de un continente deshumanizado, en el que el capitalismo corporativo y la globalización no están siendo los sinónimos de un mercado libre (sino claramente antónimos), y en el que cada vez se notan más la brecha entre aquellos que designan y marcan el camino de los más desfavorecidos. Ante la imposibilidad de Winfried de conectar como padre surge la figura de Toni Erdmann, para que sea la propia Ines aquella que utilice tal álter ego. De este modo, puede ir desnudando cada una de sus actuales prioridades que orbitan en una vida volcada en el trabajo, sumiéndose en necesidades más laborales que genuinamente personales. La hija de Winfried ha sacrificado cualquier noción personal en pos de seguir escalando dentro de ese implacable competitivo mundo corporativo que mira desde unas acristaladas y brillantes alturas a esos insectos terrenales que tratan de sobrevivir en tiempos cercanos a una distopía. Y es que cuando el trabajo se convierte en el súmmum existencial todo queda reducido a una maquinaria sistémica y jerárquica plagada de un juego de poderes y máscaras. Ines, además, establece una extraña articulación sobre el influjo que representa el personaje imaginario que representa su padre como Toni Erdmann. Mientras que Winfried se vale de su álter ego para burlarse a través de la sátira del mundo que rodea la existencia de su hija, ésta parece invitarlo a internarse en ese cosmos que alterna excesos, delirios y una normalizada manipulación sin importar el coste humano, habitualmente trasladado a un simple formato numérico. En tal aspecto, Maren Ade no desea sugerir alguna clara respuesta a las auténticas intenciones de Ines, pudiendo estar utilizando a su padre para hallar una epifanía y liberación o, por el contrario, darle de su propia medicina contestando a la broma con otra más oscura carente de gracia. Winfried se va a dar cuenta que sus acciones burlescas pueden traer otro tipo de consecuencias más nefastas e incluso ser el elemento que le aleje definitivamente del encuentro con su hija. Tal impotencia pudiera verse reflejada en la actuación de esa excéntrica pareja al interpretar ‘The Greatest Love of All’ de Whitney Houston, siendo una supuesta comunión de padre e hija el punto de giro para la consumación de un nuevo rechazo y plantón de Ines al estar más preocupada de utilizar su tiempo en sus confabulaciones para seguir ascendiendo dentro de esa importante empresa que lo es todo para ella. Toda esa letra que parecía transcribir los sentimientos valiéndose de una manifiesta alegoría, junto a su poderosa y verosímil interpretación, eran parte de esa mecanizada mascarada en el que la fuerza del amor es una simple farsa y parte del engaño de un sistema en el que el tiempo es oro y poco o nada importan los sentimientos.


“Toni Erdmann” no se puede decir que sea un film que lo ponga incialmente fácil al espectador pese a ampararse Maren Ade en estructuras y elementos de la comedia más trillada norteamericana, introduciendo una serie de pasajes tragicómicos e hilarantes que nos llevan a un metraje que supera las dos horas y media. Tales contradicciones sirven a la cineasta para hallar esos contrastes de ese mundo plagado de composturas y risible falsedad que ejemplifican esos dientes falsos que siempre acompañan a Winfried. Ese disfraz legible trata de revelar los absurdos de la vida superficial y desértica de su hija y, por extensión, de esa sociedad que satiriza la obra. Equilibrando géneros y variopintas estampas, el largometraje alemán tampoco facilita una conexión del espectador más allá de sus reincidentes momentos desopilantes y humorísticos, planteando ese discurso complejo que rodea a la cinta de Ade. Posiblemente los mayores méritos del film pasen por congelar la sonrisa del espectador con otro trasfondo más oscuro dentro de algunas secuencias claramente cómicas, como si la desesperación fuera la vía para que el humor floreciera (y viceversa). ¿O no es demoledor y claramente mordaz ver cómo la secretaria de Ines está dispuesta prácticamente a todo por conservar su puesto de trabajo? ¿Y qué podemos pensar del jefe de ésta cuando se topa con otro espejo distorsionado al reflejarse en lo que también está determinado a hacer para seguir el ‘juego’ de una valiosa empleada que puede dar suculentos ingresos a la empresa que dirige? En esta vida, al fin y al cabo, todo tiene un precio… incluso volver a conectar con una hija o con un padre. 


La cineasta decide conectar en su clímax y recta final todos esos elementos metafóricos como el Kuker a modo de definitiva personalidad de Winfried con su moribundo perro, alejando los malos espíritus y renaciendo de todo ese proceso y sacrificio para conseguir cerrar su misión de alcanzar una comunión con su hija. Ines, por su parte, se convierte en una variación de su padre, sometiendo a todo aquel que llame a su puerta a todo tipo de bromas excéntricas y alcanzando su catarsis personal gracias a esa dentadura icónica que revela el fingimiento e hipocresía del mundo sobre el que pivota su existencia. Tal vez “Toni Erdmann” nos hable de la necesidad de la sociedad actual de tener algunos momentos de locura para sentirse humanos ante una mecanizada concepción de la vida basada en dar absoluta prioridad al trabajo. Otra lectura pudiera ser mucho más oscura: vivimos en un universo tan absurdo que somos incapaces de diferenciar la broma de la realidad. Podemos tratar de descifrar, no obstante, a esa estatua que representa Ines sin que sepamos a ciencia cierta si siente vergüenza de tener a su padre alrededor o, simplemente, le sigue el juego amparado en situaciones incómodas para burlarse de él. Ante su propio desenlace, Maren Ade se niega a darnos respuestas del futuro de esa nueva generación que representa la figura de Ines Conradi, sin que conozcamos si simplemente se limita a seguir la corriente al bufón y broma que representa su padre o, por el contrario, se replantea un definitivo cambio de rumbo existencialista en una espera que acaba siendo la nuestra. En cierto modo, “Toni Erdmann” pudiera ofrecer respuestas en su tono, desnutriendo a convicción el drama y la comedia, desnudándose a sí mismo y vistiéndose con disfraces tan inverosímiles como reconocibles. Se trata, en definitiva, de un epigrama cinematográfico que ejerza, al igual que como sus protagonistas, de espejo ante esa sociedad conceptuada en ese choque de absurdo y frialdad junto a esa falsa liberación tan supuestamente íntegra como deshonesta. 

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