“Fading of the Cries”
Director: Brian
A. Metcalf
EEUU
2011
Sinopsis (Oficial):
Cuenta
la historia de un joven hombre que defiende a su ciudad de las fuerzas del mal
con la ayuda de una espada mágica. Salva a una chica llamada Sarah de un
malévolo mal, que ha comenzado una plaga en las calles como si fueran tierras
de cultivo, que está buscando un amuleto que había pertenecido al tío de Sarah.
La pareja se propone llegar a casa de Sarah para permanecer a salvo, mientras
viajan a través de calles, campos, iglesias y túneles subterráneos, y son
perseguidos mientras tanto por hordas de criaturas demoníacas.
Desconozco si
películas como “Fading of the Cries”
fueron defecadas para que el insulto fuera el verbo de la crítica y la bilis el
complemento directo. Abominación cinematográfica que parece el mockbuster
cutre-salchichero de “Legión” pasado
por el escroto de “Silent Hill” y
otros innombrables BODRIOS, nos encontramos ante un atentando fílmico en
plenitud con una misión neuronal imposible: ¿cómo han engañado a Thomas Ian Nicholas (el Kevin Myers de
la saga “American Pie”)
para salir en esta indecencia con efectos de rastrillo y argumento de chascarrillo?
El premio aquí se lo tiene que llevar el
público por soportar esta sodomización
retinal y aguantar sin pestañear entre absurdos, demonios para nada
comparables al pianista de ‘Cine de Barrio’ o personajes que incitan al
homicidio asistido. Si se encuentra con una persona llorando que le pide que le
extraiga los ojos rápidamente es que ha empezado a ver esta película. Por
favor, ¡ayúdele!
La moraleja
de la historia es una tortura para toda la eternidad y el significado de la
obra empapa en vómito de cloaca la misma. Imaginarse una lectura de ese guión
sí que debe dar miedo. ¡Qué horror! ¡Qué caras que pondrían los actores!
¿Cuántas veces irían a vomitar? Da la impresión que “Fading of the Cries” ha agarrado por el matojo lo peor y más
deleznable lectura de “El cuervo” y “Crepúsculo” con las peores actuaciones de
cara-cartón que ya quisiera la spoof
movie de turno. Insoportable de principio a fin, Brian A. Metcalf ha defecado un pestilente mojón pesadillesco digital con magia de cloaca
y alcántara de opereta. Un pueblo invadido por muertos vivientes endemoniados y
un nigromante vengativo podrían originar ciertos elementos llamativos con artes marciales, efectos
especiales y varias líneas narrativas. Pero todo el cúmulo de supuesto
entretenimiento, ya sea por el low-cost
o por su lado mierder, acaba en un
empacho de “Dragones y mazmorras” meets “La noche de los muertos vivientes” en su reverso de Serie Z.
Que los
diálogos sean pésimos y que la química entre los protagonistas sea inexistente,
es técnicamente lo de menos… porque lo de
más es que estamos ante la estupidez hecha película. Que la idea pueda ser
llamativa en tiempos de escasa originalidad no exonera que el resultado sea
tróspido de memoles. Que ese emo en plena jornadas manga con una espada digital
se llame Jacob no deja de ser un acto oportunista con uno de los finales más
patéticos y absurdos vistos en el cine amorfo con chroma-key. Si muchas veces
la sensación era de estar ante una película incompleta el desenlace con ese
‘desvanecimiento de los gritos’… ¡en la propia audiencia! es para, contradictoriamente, no parar de chillar. Que esta película te
haga no parar de gritar y aullar es evidente, algo de lo que tenían haber
tomado nota para ese plano aéreo-cenital que hará temblar el esfínter de un
demonio por toda una eternidad. ¿BODRIO? NO, lo siguiente.
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