Páginas Bastardas

domingo, 18 de agosto de 2013

El atlas de las nubes: La evolución del alma humana

“El atlas de las nubes
Título original: “Cloud Atlas”
Directores: Tom Tykwer, Andy Wachowski, Lana Wachowski
EEUU
2012

Sinopsis (Página Oficial):

“El atlas de las nubes” explora cómo las acciones y consecuencias de las vidas individuales tienen repercusiones entre sí a través del pasado, el presente y el futuro. Acción, misterio y romance se entretejen dramáticamente a través de la historia mientras un alma pasa de ser un asesino a un héroe, y un simple acto de piedad se propaga a través de los siglos para inspirar una revolución en el futuro lejano. Cada miembro del reparto aparece en múltiples papeles a medida que la historia se desarrolla a lo largo del tiempo.

Crítica Bastarda:

La división de la crítica internacional con “El atlas de las nubes”, en cierta medida, nos muestra la ambivalencia de una propuesta capaz de generar debate y devoción bajo un manto de culto, expectación y polémica. Tom Tykwer, Andy Wachowski y Lana Wachowski han generado un conjunto que alberga la síntesis de lo increíble y lo provocativo, de la emoción y el mero desconcierto cimentando toda su estructura en la ambición y la repudia implícita de toda monumental obra. ¿No es así como divisamos la vida? ¿Cómo algo absurdo y carente de sentido que a veces queda engrandecido por su matemática coherencia y montaje interno al mismo tiempo que es sumergido en el absoluto caos? El juego de historias cruzadas en distintas épocas (y épicas) cubiertas de kilos de criticable maquillaje nos deja ciertas constantes y evolución en los personajes que va interpretando Tom Hanks. El bien (Halle Berry, Jim Sturgess, Doona Bae, Ben Whishaw) y el mal (Hugo Weaving, Hugh Grant) permanecen como inmutables elementos mientras que Hanks alberga la evolución del alma humana hasta convertirse en el más sabio de la tribu detrás de sus innumerables vivencias y errores bajo su epidermis existencial y pecados pasados.


Jim Broadbent y Susan Sarandon podrían ser los comodines de esa dramaturgia que forma la vida: a veces mística, otras divertida y, finalmente, esperanzadora. Es cierto que todo espectador conoce de memoria los argumentos explorados y repetidos por el “El atlas de las nubes” más allá de esa conexión kármica y cósmica. El poder corrompe y somete al ser humano bajo el mandato de su esclavitud y servilismo, impidiéndole escapar del sistema impuesto y prisión en vida. Pero esa re-implantación y reincidente estructura sirve —más allá de la ostentación montaje de Alexander Berner, la fotografía de Frank Griebe o un cuidadísimo diseño de producción y vestuario— para trazar una hábil circunferencia entre el ciclo vital y el ridículo del cualquier pretensión de exuberancia y heroica. Como esa sinfonía que da sentido a la obra y al mismo tiempo sienta un código sobre la invariabilidad como escenario (el ‘mapa’ de las nubes) como observadores de los intentos de variación del ser humano sin conseguir escapar de la misma premisa, rol, nudo y desenlace. ¿Nuestra historia ya está escrita desde que nacemos o somos capaces de alcanzar una redención? La moraleja del cuento imprimado por Tykwer y Wachowski es que únicamente traspasando ese ‘atlas’ que rodea al mundo y ser los observadores desde de la distancia, cambiaremos y alteraremos los roles del destino y la impuesta condena.


Aunque “El atlas de las nubes” pretende ser una película definitiva bajo la sombra del reputado y aparentemente inadaptable best-seller de David Mitchell, realmente puede ser divisada con numerosas variaciones. Desde unas islas del Pacífico en el Siglo XIX, la Bélgica de 1931, el actual Londres, la California de los setenta y unos Hawai y Corea del Norte distópicos y apocalípticos se conforman una sucesión de escenarios que plantean un gran todo y, al mismo tiempo, nos deja cierta sensación de reiteración sobre el mismo eje e historia. Todo se repite, como eco del pasado y un ADN grabado en el alma humana junto a sus pecados capitales. Como la misma piedra sobre la que tropezar, “El atlas de las nubes” podría funcionar en orden cronológico pero no serían tan evidentes sus alambres y conexiones en paralelo. Ni tan visionaria ni tan controvertida, simplemente la propuesta se reduce a atravesar la superficial aureola de new age y dejarse caer en su espiral de profundidad de la esencia y alma de la película.


Más allá del zen de “La fuente de la vida”, la intención en moldear géneros en una suma de presente, pasado y futuro cuyo resultado es una propuesta tan pretenciosa y ambiciosa como argumental y estructuralmente reivindicable. Su esquema, construido sobre diferentes piezas, hace que el tiempo nos parezca lineal y consecuente con una aplastante lógica aprisionada interior. Tanto Tykwer como los Wachowski no paran de enfatizar la constante alada y espiritual de su pieza maestra sobre esa inmutable verdad y razón de nuestra existencia: el planeta y nebuloso que forma un karma con sus habitantes desde que la civilización comenzó a florecer industrialmente a partir del Siglo XIX hasta el destino velado de la humanidad en pleno Siglo XXIV. Más allá de espejismos, misterios y enigmas considero que “El atlas de las nubes” es un reflejo de ese modelo socioeconómico que es el capitalismo cimentando sobre las dos historias de amor y de la lucha del individuo frente al sistema que protagonizan Jim Sturgess y Doona Bae, a modo de bisagra de toda la obra. Desde 1849, la fiebre del oro y el traslado de esclavos a través de los océanos comienza a emerger el capitalismo hasta que en 2144 el sistema de sociedad plasma la liberalización del mismo sometiendo a su voluntad y a las falsas esperanzas de albedrío al individuo. La historia de 2321 en una tierra posapocalíptica y post-revolucionaria ejerce como pre-epílogo a la leyenda de toda la acumulada historia tras su articulación y gozne: el alma humana ha evolucionado y hemos atravesado el atlas de las nubes para ser ahora los testigos de un nuevo mundo sin el mal y todos los oscuros estigmas que dejamos atrás. Todo fue nada más que un simple cuento e idealización de las vivencias propias y pasadas como página y nota final de una misma canción que seguirá resonando por toda la eternidad.

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