(2011)
Alemania
Director: Andreas
Dresen
Título
original: “Halt auf freier Strecke”
Sinopsis (Página Oficial):
El doctor ha dicho la verdad. Los días están
contados. ¿Por qué yo y por qué ahora? Un hombre deja atrás a su mujer y a sus
hijos, a sus padres, a sus amigos, a sus vecinos y a su antigua amante, a todos
aquellos que formaron parte de su vida.
Cada día es un pequeño adiós. Las palabras son cada vez menos comunes, el silencio se prolonga cada vez más. Ante la ventana, el año cambia de color. Morir, un último trabajo. Quedarse solo pero sin estar solo está bien, quizás.
Desde un prólogo que parece enmarcar la obra en un
documental se despierta tanto la alarma del matrimonio protagonista como la de
los espectadores. Un tumor cerebral sesgará la vida de ese ser que tenemos
delante en apenas dos meses. No hay marcha atrás, el tiempo se ha puesto en camino
a un oscuro túnel y los días están contados. Una familia feliz con dos hijos,
nueva casa y coche recién estrenado se ven sometidos a un terrible golpe del
destino. Deben ‘parar’, tal y como indica el título, y resurgir de sus propias
cenizas. En “Declaración de guerra” los
integrantes de una joven pareja se tienen que convertir en héroes contra la
guerra destructiva y personal que supone la grave enfermedad de su hijo
(también un tumor cerebral). Mientras que Valérie Donzelli, que
también contaba con aspectos biográficos y protagonistas reales de los mismos,
optaba por la esperanza, el musical y la comedia, el filme de Andreas
Dresen se decanta por la rigurosa veracidad. Un enfoque
duro y sin efectismos para hablar sobre un tema que realmente es tabú desde la
perspectiva cinematográfica habitual del mismo.
Tan sólo la visualización del tumor como una entidad corpórea (interpretado por Thorsten Merten) dentro de la mente del protagonista es una percepción cómica y surrealista alejada del tono que alcanza el conjunto. Pero ese camino onírico que explota el director correctamente con las grabaciones de un iPhone también es el que acerca al final del camino al protagonista. Mucho despojo (tal vez demasiado para tal oscuro camino) que convierte la obra en un material sin esperanza posible, algo que poseían “Restless” y “Las alas de la vida”, por ejemplo.
En “Stopped on Track” se
utilizaron personas y profesionales reales, que asisten este tipo de casos,
dotando de una mayor veracidad sus diálogos. El docudrama despega para
compensar ambas vertientes: el tratamiento ficcional se ha generado sobre
testimonios auténticos y la plasmación sobre la improvisación. Andreas
Dresen no se ha olvidado de cierto estilismo
cinematográfico y una puesta en escena inteligente, con la llegada de ese
invierno que enmarca la anunciada muerte del protagonista. La celebración
navideña se contrapone a la solemnidad de un futuro funeral. Familia, amigos,
compañeros de trabajo e incluso amantes disipadas en el tiempo aparecen para
dar el último adiós, mientras la enfermedad destruye físicamente al personaje y
lo reduce a un mero ser postrado en una habitación con preciosas vistas. El
lento e inmortal tic-tac de un reloj marca la banda sonora final mientras es
seguida por esa respiración tan audible que delimita la vida que se nos
abandonará. El tiempo seguirá allí una vez lo hayamos dejado. Pero también las
otras vidas que lo acompañan, y la frase final, tan demoledora como cortante,
es capaz de devolver a la vida tanto a los protagonistas como a los
estremecidos espectadores.
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