(2011)
Rusia
Director: Alexandr Sokurov
Título original: “Faust”
Sinopsis (Página
oficial):
“Fausto”,
dirigida por Alexander Sokurov, no es una adaptación cinematográfica de
la obra de Goethe en el sentido habitual de la palabra, sino una lectura
de lo que queda entre líneas. ¿De qué color es un mundo que da a luz ideas tan
colosales? ¿A qué huele? El universo de Fausto es sofocante: ideas que
harán temblar el mundo nacen en el espacio reducido en el que se mueve. Es un
pensador, un portavoz de ideas, un transmisor de palabras, un maquinador, un
soñador. Un hombre anónimo empujado por instintos básicos: el hambre, la
codicia, la lujuria. Una criatura infeliz y perseguida que plantea un reto al Fausto
de Goethe. ¿Por qué contentarse con el momento si se puede ir más allá?
Cada vez más allá, siempre hacia delante, sin darse cuenta de que el tiempo se
ha detenido. Tú también desaparecerás.
A Alexander Sokurov
tan sólo le basta un primer plano secuencia para definir su película y pureza, para delimitar el abismo que separa el
cielo del infierno terrenal. Esa caída, lenta y agónica, conducida por los
vientos de la inmortalidad, simboliza aquello que vamos a ver durante las más
de dos horas de metraje. El tránsito y castigo desde la divinidad del reino
celestial hasta nuestro mundo de ignorancia, del conocimiento de la
podredumbre, de la mortalidad, del caos, el absurdo y la lascivia. De, en definitiva, la carnalidad y
el reducto material. Tal vez el director de “El arca rusa” dirija esa
primera mirada del mundo terrenal y carnal al miembro sexual masculino de un
ser humano, muerto y prácticamente diseccionado. Abierto desde sus entrañas
para descubrir el vacio de un cuerpo sin alma.
El mundo terrenal del caos, muerte y el absurdo |
“Fausto” forma parte y cierra la tetralogía sobre
el poder del cineasta que habían formado anteriormente “Moloch” (Hitler),
“Taurus” (Lenin) y “El Sol” (Hirohito). Pero el
texto Goethe aquí le permite a Sokurov inspeccionar, entre líneas, los mecanismos
que ponen en funcionamiento el poder desmesurado del hombre que lo acaba
convirtiendo en un tirano. Tal y como nos indica el director y Goethe,
la infelicidad crea auténticos monstruos y seres peligrosos. En el caso de Fausto
la insatisfacción viene provocada más que por la falta del absoluto conocimiento
por las necesidades básicas y elementales y comunes del ser humano: dinero,
comida y sexo. La podredumbre del reino de los humanos y la carne sobre la carne.
Los cuerpos chocan y bloquean el paso, el sentido de la fealdad del hedor del
mundo y la putrefacta penalidad dejan al individuo al abismo del conocimiento.
La única vía de salvación es ese instante de felicidad en la belleza de Margarita, ese
pañuelo blanco que representa el único reducto de virginidad y lacónica perfección
de lo que alguna vez fue paraíso terrenal. Siempre se ha tenido la imagen del
diablo como aquel terrible y poderoso ser capaz de sumir la voluntad, fe y
moral del ser humano, pero en “Fausto” es un saco de carne aglutinada y deformada cuyo hedor y flatulencias parecen ser la única asociación con los mismísimos infiernos. Un diablo débil que es un
simple monstruo que intenta embaucar a los humanos con falsos milagros o placeres
dignos de Baco.
Margarita, el pañuelo blanco... de luto |
Las imágenes que nos propone Sokurov son el reflejo de su propia
alma: el carácter claramente pictórico se dibuja en la marca de la belleza, el
dolor, el mundo decrepito y caduco de cuerpos en contacto y sin avance, el
surrealismo y el hedonismo… mientras el letargo del tiempo comienza a evaporarse
mientras se paraliza. Algunos la tildaran como película soporífera y densa y no
es así: es una película que brilla al ver su manera de plasmar las oscuras reflexiones
que representa en ese pequeño universo que enmarca. El director consigue materializar sus pensamientos sobre la obra y no al revés, como suele ocurrir con los cineastas
que nunca serán autores. “Fausto” nos habla sobre que ese exceso de
poder convierte a los hombres en dioses y el alma humana queda dibujada como
ese pañuelo virginal y blanco que cae de los cielos para hundirse en el lodo de
nuestro reino mortal y material. Más allá de ese «Quien ha contemplado la belleza con sus propios ojos
está consagrado ya a la muerte» de “Muerte
en Venecia” de Visconti, en
“Fausto” de Sokurov la belleza
parece también condenatoria pero no hay salvación ni consagración del alma bajo
la guadaña de la muerte. La belleza implica aquí la desaparición del alma del
individuo, del control del poder sobre el conocimiento y el Todopoderoso. El
hombre capaz de matar lo es también de dirigir sus actos sobre la silueta del
diablo, de proyectar su culpa para aplastarle, enterrarlo y sumirlo, para poder
avanzar y crecer tanto como un Dios.
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