Páginas Bastardas

lunes, 5 de marzo de 2012

Fausto: Tú también desaparecerás

“Fausto”
(2011)
Rusia
Director: Alexandr Sokurov
Título original: “Faust”

Sinopsis (Página oficial):

“Fausto”, dirigida por Alexander Sokurov, no es una adaptación cinematográfica de la obra de Goethe en el sentido habitual de la palabra, sino una lectura de lo que queda entre líneas. ¿De qué color es un mundo que da a luz ideas tan colosales? ¿A qué huele? El universo de Fausto es sofocante: ideas que harán temblar el mundo nacen en el espacio reducido en el que se mueve. Es un pensador, un portavoz de ideas, un transmisor de palabras, un maquinador, un soñador. Un hombre anónimo empujado por instintos básicos: el hambre, la codicia, la lujuria. Una criatura infeliz y perseguida que plantea un reto al Fausto de Goethe. ¿Por qué contentarse con el momento si se puede ir más allá? Cada vez más allá, siempre hacia delante, sin darse cuenta de que el tiempo se ha detenido. Tú también desaparecerás.

Crítica Bastarda:

A Alexander Sokurov tan sólo le basta un primer plano secuencia para definir su película y pureza, para delimitar el abismo que separa el cielo del infierno terrenal. Esa caída, lenta y agónica, conducida por los vientos de la inmortalidad, simboliza aquello que vamos a ver durante las más de dos horas de metraje. El tránsito y castigo desde la divinidad del reino celestial hasta nuestro mundo de ignorancia, del conocimiento de la podredumbre, de la mortalidad, del caos, el absurdo y la lascivia. De, en definitiva, la carnalidad y el reducto material. Tal vez el director de “El arca rusa” dirija esa primera mirada del mundo terrenal y carnal al miembro sexual masculino de un ser humano, muerto y prácticamente diseccionado. Abierto desde sus entrañas para descubrir el vacio de un cuerpo sin alma.

El mundo terrenal del caos, muerte y el absurdo

“Fausto” forma parte y cierra la tetralogía sobre el poder del cineasta que habían formado anteriormente “Moloch” (Hitler), “Taurus” (Lenin) y “El Sol” (Hirohito). Pero el texto Goethe aquí le permite a Sokurov inspeccionar, entre líneas, los mecanismos que ponen en funcionamiento el poder desmesurado del hombre que lo acaba convirtiendo en un tirano. Tal y como nos indica el director y Goethe, la infelicidad crea auténticos monstruos y seres peligrosos. En el caso de Fausto la insatisfacción viene provocada más que por la falta del absoluto conocimiento por las necesidades básicas y elementales y comunes del ser humano: dinero, comida y sexo. La podredumbre del reino de los humanos y la carne sobre la carne. Los cuerpos chocan y bloquean el paso, el sentido de la fealdad del hedor del mundo y la putrefacta penalidad dejan al individuo al abismo del conocimiento. La única vía de salvación es ese instante de felicidad en la belleza de Margarita, ese pañuelo blanco que representa el único reducto de virginidad y lacónica perfección de lo que alguna vez fue paraíso terrenal. Siempre se ha tenido la imagen del diablo como aquel terrible y poderoso ser capaz de sumir la voluntad, fe y moral del ser humano, pero en “Fausto” es un saco de carne aglutinada y deformada cuyo hedor y flatulencias parecen ser la única asociación con los mismísimos infiernos. Un diablo débil que es un simple monstruo que intenta embaucar a los humanos con falsos milagros o placeres dignos de Baco.

Margarita, el pañuelo blanco... de luto
Las imágenes que nos propone Sokurov son el reflejo de su propia alma: el carácter claramente pictórico se dibuja en la marca de la belleza, el dolor, el mundo decrepito y caduco de cuerpos en contacto y sin avance, el surrealismo y el hedonismo… mientras el letargo del tiempo comienza a evaporarse mientras se paraliza. Algunos la tildaran como película soporífera y densa y no es así: es una película que brilla al ver su manera de plasmar las oscuras reflexiones que representa en ese pequeño universo que enmarca. El director consigue materializar sus pensamientos sobre la obra y no al revés, como suele ocurrir con los cineastas que nunca serán autores. “Fausto” nos habla sobre que ese exceso de poder convierte a los hombres en dioses y el alma humana queda dibujada como ese pañuelo virginal y blanco que cae de los cielos para hundirse en el lodo de nuestro reino mortal y material. Más allá de ese «Quien ha contemplado la belleza con sus propios ojos está consagrado ya a la muerte» de “Muerte en Venecia” de Visconti, en “Fausto” de Sokurov la belleza parece también condenatoria pero no hay salvación ni consagración del alma bajo la guadaña de la muerte. La belleza implica aquí la desaparición del alma del individuo, del control del poder sobre el conocimiento y el Todopoderoso. El hombre capaz de matar lo es también de dirigir sus actos sobre la silueta del diablo, de proyectar su culpa para aplastarle, enterrarlo y sumirlo, para poder avanzar y crecer tanto como un Dios. 

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