Imaginen por un momento que tiene agarrado fuertemente un volante. Delante de ustedes tienen una tienda sofisticada con cientos de tesoros en su interior que desean poseer. Aprietan a lo bestia el acelerador… y ¡boom! Sienten el impacto. No hay airbags que valgan porque vuelven a la carga. Meten mano a la palanca, marcha atrás, ¡boom! Golpe tras golpe se dan cuenta que la tienda con cientos de tesoros es infranqueable, inexpugnable, prácticamente intraspasable. Apenas su fachada tiene unos simples rasguños.
Imaginen que todo lo anterior es una metáfora de un asunto amoroso. Piensen que es volante es su corazón, que esa tienda sofisticada e inquebrantable es el amor de su vida (o eso piensan), que ese acelerador son las pulsaciones de su corazón y que su objetivo es alunizar y traspasar el corazón esa persona que desean y que han decidido robar. Nada de lo anterior lo cuento en primera persona porque aquí nuevamente no soy el protagonista sino un oyente-observador, un transcriptor de sucesos ajenos, un cronista de la realidad que me rodea. Todo lo anterior está sucediendo cerca de mi entidad corpórea laboral. Veo esos choques reiterativamente cada mañana durante mi jornada laboral y no es que uno se despegue de su puesto y deje de mirar la pantalla, que da entrada a sus labores remunerados, sino que lo impactos son tan violentos que resuenan en toda una oficina. Hasta la más cegata y ajena a la realidad que le rodea, es decir, esa que no se entera de nada (pero absolutamente de nada) se ha enterado que a un macho de oficina (o eso dicen y cuentan algunas que se hacen llamar mujeres) le está alunizando una pedazo de furgoneta que no está consiguiendo su objetivo. ¿Dónde está el límite? Me explico, ¿cuándo dejarían ustedes de impactar en ese corazón de sus amores? ¿Cuándo se darían cuanta que están haciendo el más absoluto ridículo? Las moscas, en mi pueblo, van a la miel o a la ‘mielda’.
¿Qué he hecho yo para merecer esto? ¿Me persigue la noticia?
¿Qué he hecho yo para merecer esto? ¿Me persigue la noticia?
Esta mañana una chica africana que escuchaba música, con cascos y a lo loco, ha comenzado a cantar muy audiblemente una canción que le debía encantar. Yo entiendo el inglés tan mal entonado y no hacía falta nominarla y expulsarla del tren porque se bajaba. Pero, ¿y el ridículo de cantar al viento? Tanto y tan alto que no he podido mofarme en su cara. ¿Se imaginan a Alicia Keys con la voz de Carmen de Mairena? Yo tampoco hasta esta misma mañana.
Es cierto que cuando una persona traspasa la barrera de lo estrecho, da y saca pecho, atraviesa la cortesía, laboral o no…, se convierte en un delincuente por transformar las relaciones en el entorno laboral en otro tipo de interacción. Eso que es existe predisposición a la afección amorosa y en palabras simples, simplemente, que va intentar realizar el noble y ancestral arte del ligoteo en una empresa de trabajo. Dar el paso adelante y formalizar una relación.
Es una verdad que la mayoría de relaciones surgen en el ámbito y entorno laboral y no es un cliché de serie de abogados, hospitales o policías.
El trabajo se convierte en el lugar perfecto de convivencia y escaparate para lucir palmito. Realizar una oposición al ocupar plaza en el corazón del compañer@. Pero hay un extremo denominado acoso. ¿Dónde, cuándo y por qué? Esa invisible línea puede ser traspasada sin ser vista o en un acto de pura desesperación. Yo no es que quiera ligotear con gente de mi oficina aunque me lo pensaría si en la panadería vendieran el pan como me gusta. No es por menospreciar a mis compañeras de trabajo pero la mayoría están felizmente casadas y con hijos y las solteras no van a comprar el pan a la misma pastelería que un servidor. Además, no me imagino eso de que mi pareja fichase junto a un servidor. ¿Juntaríamos nuestras tarjetas antes de pasarla por la rajita y empujar el torno? Es cierto que el universo laboral es complejo a la par que bastardo y uno, tal vez, busque cierto escape emocional en el conocimiento humano y amoroso. Seguir los pasos del corazón puede ser lo más peligroso ya que arriba hay una cabeza. ¿Y si no es correspondido? Luego llega la honra. Si el chico se excede de galantería y visitas sería considerado como irremediable acosador y seguidor fiel de escotes y finas cintas atadas a la cintura.
¿Y si es una chica? No quiero dar pistas sobre el alunizaje laboral que he visto… pero ¿qué pensarían si es una chica la que está encima del macho? Diariamente, muchas veces, dándole a la lengua y al cuerpo como reclamo voluptuosos. ¡No sean machistas! La seducción pasa por la voz y por la persuasión… como aquella Mofeta llamada Pepé le Pew (Pépé le Moko tenía más encanto y era más chungo). Yo no es busque a una Penélope y caiga en mis redes por mi encanto o pestoseo absoluto. Quién la sigue la consigue. Aunque simplemente, con ver la indignación de un compañero de mi otro medio-trabajo al sacar un paquete de donettes, uno se distancia a su universo completamente asexual y dejan que le llamen envidioso. En el envase de los donettes reza: «Ojalá yo estuviese tan bueno». Encima de ponerte como una foca te llaman feo. Publicidad directa que al parecer lleva tiempo en circulación... aunque yo, quedo exculpado de mi inopia ya que no compro donettes y, como les he dicho, no transito por las mismas pastelerías que mis compañeros y compañeras de trabajo. Y mucho menos trato de cazar un apetecible y fugaz cruasán por la vía del alunizaje laboral.
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