Ayer en ese lento atardecer, que daba entrada a la tardía noche, no tendría que haber ocurrido nada más allá de la estricta monotonía de un encuentro familiar, y efectivamente fue así, hasta que ocurrió un percance o encontronazo con el reverso tenebroso que me hace estar escribiendo estas palabras. No es que tenga miedo y mucho menos de vivir y escribir, mientas intento respirar en tiempos difíciles y de cólera nasal por la alergia que afecta a millones de personas, sino que quiero captar la esencia de aquello que se ha instaurado en mi mente y está siendo el motor de mis palabras, de mis terribles palabras.
Antes de nada, los antecedentes del hecho: cena en una terraza (y raciones) con mi hermano, cuñada, sobrino y madre de cuñada. Hasta aquí nada anómalo salvo el comportamiento infantil de mi sobrino digno de psiquiátrico, propio de su edad y un familiar de un bastardo, que no enturbió la noche porque estaba en el guión. Como la dilatada cuenta final para traer la cuenta por el camarero o ese paseo por las renovadas calles del Barrio de Juan de la Cierva (a falta de la macro-obra de la calle principal, la Avenida de España) disfrutando de un helado y contemplado que los puestos de helados se han convertido en locales de encuentro y musicales dependiendo de la nacionalidad del dueño que los regente.
Siguiendo el estricto guión también es cierto que es puro cliché que el mal aceche a sus protagonistas de regreso a casa y yo esperaba, como buen protagonista fiel al libreto, que éste me atacase en formato asesino en serie, alienígena de paso en busca de espécimen o meteorito con invasor de otra dimensión. Nada de eso ni de todo lo anterior. El choque con el reverso de la mente humana y animal se llevó a cabo por mi propio hermano que vio en un jardín cercano un ser que no debería pertenecer a este mundo. Puede que sea de familia la virtud de mi sobrino de fijarse en las cosas pequeñas e insólitas que otros ignoran a diario. Como toda precoz criatura está descubriendo un nuevo mundo pero más que fijarse en lo ostentoso queda magnetizado por detalles ínfimos a la vista de terceros. Esto es una diminuta pegatina en un escaparate, un muñeco minúsculo que podría estar sacado de “Muñecos infernales” de Tod Browning o una hoja pasando en un momentáneo paseo ventoso por delante de nuestros pasos.
Mi hermano iba encabezando la expedición de regreso a casa y quedaban pocos metros hasta el portal de su hogar. Él se paró de repente y permaneció prendado e hipnotizado de algo que yacía en el jardín. Pronto, el resto de integrantes, presenciamos El horror de Getafewich. Lovecraft no hubiera encontrado menos de cien páginas para describirlo y yo como modesta e inferior entidad sólo tengo diez líneas para describirlo. Se trataba de una cría de urraca que yacía en el suelo del jardín agitándose levemente. El jardín no estaba al ras del suelo sino elevado en una jardinera de un metro de altura para mantener la arquitectura del barrio. No busquen en Google Maps porque no están actualizadas las imágenes del barrio.
La bestia yacía allí y digo bestia porque al intentar ayudarla presenciamos el más terrible pánico. Su cabeza estaba girada 180º y parecía haberse caído del nido que se encontraba unos diez metros más arriba, en el lateral de una palmera. Sus padres emitían los sonidos característicos de su especie: «chak-ak-ak-ak-ak». Pensando en el momento y fríamente sólo cabían dos posibilidades:
¿Ustedes conocen a alguien que después de sufrir un accidente viva con el cuello roto y con su nariz y ojos mirando su trasero? No, ¿verdad? Pues, entonces, queda descartada la primera opción. Esa cría de urraca no podía seguir con vida con su cabeza girada y no echaba mocos y vómitos de color verde ni improperios por lo que queda descartada una posesión demoníaca. Es ahí donde entra de lleno la segunda teoría. Si el cría nació únicamente pudo ser debido a un error de la genética o un agente externo pero, ¿qué hay en Getafe que pueda causar unas deformaciones así?
La bestia yacía allí y digo bestia porque al intentar ayudarla presenciamos el más terrible pánico. Su cabeza estaba girada 180º y parecía haberse caído del nido que se encontraba unos diez metros más arriba, en el lateral de una palmera. Sus padres emitían los sonidos característicos de su especie: «chak-ak-ak-ak-ak». Pensando en el momento y fríamente sólo cabían dos posibilidades:
- La cría de urraca había caído del nido y su cabeza se había girado por el impacto. Ahora agonizaba y esperaba a que en el amanecer las hormigas diesen cuenta de su cada vez menos palpitante cuerpo.
- La cría había nacido así, con esa innata y horrible deformación y sus padres, rindiendo un homenaje al ‘acantilado de descartes’ de “300”, le habían arrojado fuera del nido.
¿Ustedes conocen a alguien que después de sufrir un accidente viva con el cuello roto y con su nariz y ojos mirando su trasero? No, ¿verdad? Pues, entonces, queda descartada la primera opción. Esa cría de urraca no podía seguir con vida con su cabeza girada y no echaba mocos y vómitos de color verde ni improperios por lo que queda descartada una posesión demoníaca. Es ahí donde entra de lleno la segunda teoría. Si el cría nació únicamente pudo ser debido a un error de la genética o un agente externo pero, ¿qué hay en Getafe que pueda causar unas deformaciones así?
Realizando una retrospectiva de animales deformes no hace falta acudir al socorrido y desparecido periódico “Noticias del mundo” que tantos días (y pocos) nos alegró. ¿Recuerdan alguna de sus portadas en la onda del mítico Weekly World News? No hace falta porque no viene al cuento pero sí que puede contar y recordar ese personaje animal de “Los Simpsons” llamado Blinky, es decir, el pez de tres ojos que encuentran y pescan cerca de la Central Nuclear de Springfield. En Getafe no hay nada que puede provocar efectos radioactivos en sus habitantes salvo las vibraciones del Metro y del Cercanías y lo único que deforma es el entrecejo de la mala leche que se les pone a sus afectados. Entonces, ¿qué puede ser lo que provocó el horror El horror de Getafewich?
Hubo una parte en mi interior que intentó salvar a ese criatura pero el mal ya estaba liberado e interferir en él podía traer consecuencias. Me imaginé a esas urracas atacando a mi familia por haber seguido dando vida a esa maldición que habían engendrado. También pensé en practicarle la eutanasia pero Alejando Amenábar no estaba cerca para que filmara el momento. Ninguna opción era posible salvo dejar a esa criatura allí tal y como habían decidido los designios de una deidad superior. En lo único en lo que pensaba era saber el mótivo de esa sombra que acechaba a la población getafense. Y había alguna pista. Porque vamos a analizar todo: ¿a nadie le resulta extraño que una mega-corporación como Burger King patrocine a un equipo como al Getafe? Sí, un equipo humilde sin estrellas. ¿Comerían los padres de esa urraca sobras de hamburguesas o patatas que había en la calle? ¿Tendrían esas migas componentes químicos capaces de provocar deformaciones a los pájaros? Y si todo es así, ¿¡qué será lo próximo!?
A la espera de nuevos casos y que el ayuntamiento decida cambiar los aviones de plata de su escudo por urracas deformes con la cabeza invertida yo no me preocuparía más de lo estrictamente necesario...
Epílogo del autor: no debería contar esta parte del relato porque es cliché y puede que cunda el pánico entre la población. Esta mañana por circunstancias que no vienen a cuento una extraña sensación me invadió completamente y como un sonámbulo volví a la escena del crimen. ¿Ya saben lo que viene a continuación, verdad? Sí, El horror de Getafewich no estaba allí y ahora mismo se encontrará sobrevolando la zona sur de Madrid, alimentándose de pequeños perros y gatos para ir creciendo a su tamaño natural, de unos diez metros, empezando así a realizar el trabajo que le han designado desde el inframundo: comerse todo lo que se mueva y despedazarlo con su letal pico. Cuando comiencen las primeras desapariciones recuerden este relato y mis palabras...
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