«Fue muy raro. Estaba entre toda esa gente y al mismo tiempo sentía como si las estuviera mirando desde muy lejos. El lugar me parecía como un agujero profundo y la gente en él como animales extraños... como... como víboras... me habían tirado en él.Sí. Como si estuviera en un nido de víboras. […] Después... semanas después, lo entendí. Recuerdo haber leído hace mucho tiempo en un libro… que ponían a los dementes en nidos de víboras. Pensaban que algo que volvería loco a un cuerdo... los volvería cuerdos al horrorizarlos.»
Nido de víboras (1948)
Es una verdad indisoluble, universal y venenosamente reconocida que toda mujer deber y tiene que afilar su lengua y aguijón. ¿Misoginia? No, perdón, convivencia. En “Nido de víboras” Olivia de Havilland hacía el símil que para recuperar la cordura el loco era arrojado a un nido repleto de víboras. Su visión, que volvería loco al que no lo estuviera, provocaba la cura del enfermo mental siguiendo esa contraproducente lógica. Tratamiento de choque, puro y duro, pero entonces, ¿es y ha sido mi convivencia con mujeres toda mi existencia un tratamiento que funcionase a la inversa? Veamos, ¿trece años con compañeras (90% mujeres) en el ámbito laboral han podido curarme la no-locura? ¿O han podido volverme loco si antes no lo estaba?
Todo se pega menos la hermosura. Cada año más viejo, pellejo y feo, pero cada día y a cada hora… más víbora... ¿será puro instinto de supervivencia? En tiempos de crisis mental uno puede verse avocado a la más absoluta e indigente violencia verbal. Yo era inocente y tierno como un bollicao pero mis compañeras me apretaron tanto que he perdido todo (o casi) mi dulce relleno. A alguna le lancé una grapadora como aviso (sin intención de tocarla), a otras les insulté y les amenacé ante situaciones límites donde cualquier mortal hubiese decido exterminar a la raza humana. Ahora estoy (¿y soy?) seco, duro y raspo si me chupan. Mi es pura piel de serpiente, de víbora que emerge de la de la cueva para capturar víctimas o utiliza sus colmillos para defenderse.
Cuando comencé a trabajar con diecinueve años en esa oficina mi piel era suave y tersa, como la mejor seda internacional. Ahora es escamada y necesita de Eudermin y Nivea a diario. Siento algo extraño con el roce mi lengua a diario y no es otra cosa que mis pronunciados y nuevos colmillos. Tengo miedo de morderme ya que me suicidaría con mi propio veneno cual escorpión rodeado de llamas.
Con orgullo acepto:Defender con honor mi casa, ser leal a mis prefectos y obedecer a mis maestros y nuestro jefe de casa.Peleare por exterminar a los sangre sucia. Por hacer de nuestra raza la mejor cada día.Nunca debo de aceptar a un hijo de muggles en mi hogar.Slytherin ganara la copa de las casa.Y de ira llenaran a todos los demás.Jamás debo olvidar que estoy en la mejor casa, por que en nuestra casa solo entran grandes magos, astutos y ambiciosos, orgullosos por que ha sido fundada por un hombre que hablaba pársel.
Himno de Slytherin
Siempre he dicho que en mi oficina nunca han parado de sorprenderme; es algo oficial.
La última de las crónicas de las víboras: tengo que dejar de comer y escribir este blog para acompañar a una ‘compañera’, como buen compañero y caballero, con mi paraguas a la salida ante una monumental tormenta. El tiempo es mi tesssoro, mi tesssoro Gollum! Ese día únicamente tenía una hora y media para comer y escribir la entrada diaria de rigor. Poco tiempo, muy poco. Pero no el de las víboras que confunden la generosidad y cortesía con el morro. Te acusan de ser egoísta y tacaño pero las divas nunca llevan paraguas a la oficina salvo que llueva o granice por la mañana. Todas ellas compiten incluso por el mayor tamaño de paraguas, que parecen sombrillas por sus pronunciadas dimensiones. Resulta absurdo que una mujer, que también compite por fino tipo y no sobrepasa el metro setenta, lleve un paraguas únicamente necesario para aquella, que por sus kilométricas dimensiones y oronda perspectiva, se mojase el culo con un paraguas de tamaño estándar.
Claro, otra técnica vil de la víbora es dar pena para que el des-precavido le ceda su paraguas y acabe más mojado y frío que el cadáver de Leonardo DiCaprio en esa patera llamada “Titanic”. Sí, Kate Winslet fue una auténtica víbora.
Consecuencias de las víboras de oficina: no como en el trabajo por prescripción médica y porque prefiero papear tarde a mal. Digo mal porque he comido durante años como un pollo en escaso tiempo (y uno es de los que llevan primero y segundo), esperar la cola del microondas, chuparse los olores (corporales a veces) de la cocina de la compañera y prójima, tener que soportar sus impertinentes manías (incluso sucias como meter el dedo en la comida para saber si está fría o caliente o tirar la comida en el lavabo) y, para colmo, conseguir encabronarte en tu único tiempo libre laboral de la mañana. Siempre el critiqueo, la envidia, el recochineo, las terceras y las dobladas, las lenguas viperinas escupen su veneno letal en forma de pensamientos que han cobrado vida como navajas asesinas.
Las víboras siempre me dicen que la víbora jamás creada e impregnada de maldad soy yo pero simplemente todas ellas (y todas mujeres) me han esculpido, como si fuera Galatea y ellas Pigmalión, a su imagen y semejanza. Soy su espejo donde muchas veces se ven reflejadas e incluso se asustan. La vileza femenina alcanza su suprema maldad y simplemente yo he decido sobrevivir a su veneno y letales mordeduras con sus mismas armas e incluso perfeccionándolas como si fuera un hombre prehistórico ante un nuevo mundo. Pero ellas conspiran y malmeten, tergiversan y lanzan sus colmillos repletos de veneno.
Sí, hay que someterse a su poder y ceder cada día porque en tiempos de cortesía hay que ser caballero y oficial… oficialmente gilipollas.
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