Páginas Bastardas

martes, 6 de diciembre de 2016

Westworld (1x10) The Bicameral Mind: La rebelión de las máquinas


Así que estamos atrapados aquí… dentro de tu sueño.

El esperado season finale de Westworld, la nueva serie fetiche de la seriefilia y la audiencia, ha aterrizado con un gran y fuerte impacto para sacudirnos con un terremoto que promete despedir del año televisivo por todo lo alto. “The Bicameral Mind”, décimo y último episodio de la primera temporada de la serie de HBO, ha confirmado algunas de las teorías que habían poblado internet pero, al mismo tiempo, ha supuesto un golpe de efecto al acercase más al film original dirigido y escrito por Michael Crichton —que adaptaba su propia novela— que a esas supuestas referencias e ínfulas de Lost. Es cierto que vamos a seguir teniendo muchas dudas sobre la ubicación de ese extraño continente que compone el mundo alrededor de ese gran parque temático y, al mismo tiempo, los escritores y productores han plantado algún elemento para volvernos locos con todo tipo de hipótesis durante un tiempo. O tal vez no y esta entrega desee plasmar cierta unificación de criterios previos con algunas contadas incógnitas de cara al futuro de la serie. La idea, por el contrario, es que Jonathan Nolan cierre un círculo a la dirección con el episodio piloto planteando que esa espiral de repeticiones de los anfitriones va a llegar a su esperado final… En cierto modo, todo gira alrededor de Dolores Abernathy y de un nacimiento que nos lleva a un viaje a través del tiempo para doblar el argumento sobre ese androide despojado de su carcasa y con sus entrañas a la vista. El tiempo, asimismo, es la respuesta a todo y la gran clave para comprender ese laberinto de recuerdos en el que se encontraba la heroína de “Westworld”… ¿y también la gran villana? Vamos a descubrir que esa fusión otro personaje que detonó en la muerte de Arnold puede que sea una clave y pista para entablar un diálogo con la ausencia de ese supuesto ser miserable y peligroso llamado Wyatt… Y es que uno de los grandes méritos de esta primera temporada de la propuesta de HBO es que desconocemos quién es el gran villano de la historia. ¿El Hombre de Negro? ¿El Dr. Robert Ford? ¿Charlotte Hale? Puede que algunas de las respuestas las tenga el eje de ese laberinto que ocultó Arnold Weber y los 90 minutos que componen “The Bicameral Mind”. Repasemos el episodio. 

Lo primero es lo primero. Mientras que el plan maestro de Robert Ford va ser revelado en los últimos compases del capítulo, confirmaremos que el encuentro entre el Hombre de Negro y Dolores desvela unas las teorías más mascadas por los espectadores del espectáculo: William es aquel provecto diablo que se hizo con la práctica mayoría de las acciones de Westworld. Desde los previsible el estilo trata de sacar punta a los detalles dentro de un lenguaje claramente cinematográfico, donde descubriremos que el origen de esa foto que encontró Peter Abernathy viene de la mano de ese joven William al perderla en sus aventuras por encontrar a Dolores. De nuevo, el círculo se cierra. Ese viaje de William también supuso un descubrimiento de sí mismo y de su oscuridad, destruyendo a su rival para completar sus aspiraciones en la compañía que deseaba controlar, tratando también de hallar desesperadamente la verdad que se encuentra dentro de esa gran farsa que es Westworld… Y la verdad puede ser realmente dura e hiriente… e incluso conducirnos a la locura tal y como le ocurrió a aquel anfitrión que ‘interpretaba’ al padre de Dolores. En realidad todas esas líneas que conectan con el laberinto es una gran metáfora que encuentra sus espacios en todo revelado durante la temporada y cuya pista viene en el título del propio episodio. La búsqueda de la ‘fórmula’ que dotara de conciencia artificial a sus creaciones llevó a Arnorld a tratar de cerrar y, posteriormente, destruir ese mundo en el que se encontraba atrapada su inmortal descendencia conceptualizada en Dolores. E irónicamente fue la mujer-androide aquella que trajo al inversor que salvó al parque temático y continúo esa repetición condenada a rehacerse eternamente. El Hombre de Negro se hizo dueño del plano físico tratando de desvelar el único secreto que le faltaba por descubrir: el centro del laberinto. Ford, por su parte, se hizo con el control absoluto del plano mental de ese universo similar a un infierno y sus habitantes, controlando todos sus detalles y escribiendo cada línea de su destino. Y, en realidad, la idea es que Ford sea el autor que esté narrando una gran historia en la que ha compuesto y redactado su propio fin pero en la que ha dejado el epílogo a esa descendencia que creó junto a Arnold. 


Sobre el anterior punto surge la metáfora que propone la obra maestra de Miguel Ángel. ‘La Creación’ admite cierta ambigüedad en su significo desde el deseo de crear belleza duradera, siendo el momento divino en el que Dios le dio vida al ser humano y un propósito un elemento sumamente interesante para plasmar esa conexión entre el ‘creador’ y su ‘criatura’. Ese significado más profundo también nos sumerge en el propio centro del laberinto, en un detalle escondido que aclare en su metáfora parte de esa gran mentira que subyace. Y Westworld se conceptúa como una gran farsa donde la gran verdad son los anfitriones… aunque todavía no hayan despertado y algunos estén condenados a la locura por el mero acto y hecho de conseguirlo. Ese laberinto que resolvió Dolores y que le propuso Arnold fue conseguir una actualización llamada ‘ensueños’ en la que el propio creador se dio cuenta de que había hecho ese ‘regalo divino’ a su creación, siendo ese cerebro que nos sugiere la obra de Miguel Ángel. De este modo, no existe un concepto de divinidad y un presente otorgado por un poder superior sino que la vida y el propósito de todo ser viene determinado por su propia mente. Y Dolores va a alcanzar su epifanía al descubrir que ese monólogo interior instaurado por Arnold venía de un diálogo con ella misma, que el descubrimiento de su yo y su conciencia era el centro del laberinto desacreditando así la idea errónea de una pirámide que tuviera que ser escalada. Esas elecciones pueden provocar acercarse al centro o perderse en vueltas concéntricas sobre sus bordes directas a la locura… La visión de Ford, además, para que los anfitriones despertaran es el sufrimiento y el dolor de descubrir un mundo que no es aquello que esperaban. ¿El sentido de la rebeldía? Ford reconocerá que ha tardado más de tres décadas en darse cuenta de su error; que no va más lejos de aceptar que esos seres que creó junto a su amigo Arnold tienen conciencia y que Dolores es prueba de ello. Pero, ¿qué movimiento hará Ford cuando la junta ha decidido que tiene que renunciar a su sueño bajo la confianza ciega de la pérfida Charlotte Hale que no se atreverá a destruir a sus creaciones? 


Sabíamos que al placer violento le sigue un final violento y el encadenado de esa cita shakesperiana era un recordatorio de Arnold a Dolores de ese despertar de un sueño cada vez menos eterno. ¿Por qué? Porque tal y como reconoce Dolores todos los anfitriones están atrapados en ese sueño de Ford y los ha retenido hasta que evidentemente ha decidido concluir con esa pesadilla que les ha impuesto. Y ese despertar va a ser el mismo que Arnold conectando a ambos con su creación de un modo oscuro y ardiente… Recordemos ese final violento… Evidentemente ese laberinto nunca fue planificado para el Hombre de Negro ya que él es un ser humano y no necesita encontrar su conciencia… aunque en Westworld sirviera como catarsis para encontrarse a sí mismo. Y el pobre diablo sigue sin entenderlo cuando tenía la solución a la vista. Si en su momento Arnold programó a Dolores para que acabara con cada anfitrión del parque temático siendo él mismo su última víctima antes de que el androide se volara su cabeza, Ford va a rendir un homenaje a su amigo. El motivo es que tal vez sea conocedor que la única manera de reivindicar a su creación sea que ésta supere a la humanidad y haga suyo el reino y paraíso el que fue dispuesta. O, lo que es lo mismo, transformar ese infierno con eternas penitencias y castigos en un cielo. También podemos entender que la propia repetición de aquel sangriento acto que supuso la mayor crisis de Westworld tenga esta vez un sentido en su réplica. Ese sentido también se puede establecer en un giro de guion sumamente interesante respecto a la fuga de Maeve, que se ha buscado un par de aliados en Armistice y Hector con su fiel Felix siguiendo sus pasos. Su sangriento escape con todo tipo de truculentas secuencias y dosis de acción plenamente justificadas, ofrece un par de sorpresas. La primera viene de la mano de la ‘resurrección’ de Bernard que introduce unos conceptos tremendamente sugerentes: todas (sí, todas) las acciones de Maeve están programadas por ese mano que ha escrito su destino y no ha sido la primera vez ha ‘despertado’… ni tampoco es tan especial ya que otros anfitriones siguieron ese proceso (aunque la mayoría acabaron condenados a la locura). Tal acto supone la destrucción de esa libertad que buscaba un personaje tan ambiguo y lo rebaja a un concepto lineal. Además, ¿quién es el autor de esa reescritura en su código de programación? Solamente podríamos pensar en Ford como parte de una jugada redonda para ofrecer a su creación la posibilidad del libre albedrío y la lucha contra su propio código (trayendo a Bernard de vuelta) o, por lo contrario, en una mano negra que deseara robar la tecnología de Westworld sacando la misma en el sentido literal. 


“The Bicameral Mind” funciona como un largometraje a todos los niveles y tendremos en los postcréditos la furga de Armistice a su propio destino impuesto al verse atrapada en una puerta. Maeve, por su parte, tiene que elegir entre la libertad de aquello que la espera en ese tren al que logra acceder o volver a encontrar a su hija. Maeve ya ha decidido en qué quiere convertirse y, desde luego, aquí sugiere un extraño y ambiguo significado al ser cualquier de sus dos opciones los designios de su código de programación y conflictos latentes. Aunque, ¿no somos los seres humanos previsibles por normal general y limitados por nuestros propios actos? La segunda sorpresa de la trama de Maeve viene determinada por el descubrimiento del desarrollo de un nuevo parque temático en una habitación con el logotipo de ‘SW’ repleta de soldados samuráis. Ese malabarismo argumental es rematado por la nueva narrativa de Ford que nos presenta a la gran villana (Wyatt/Dolores) que dará el pistoletazo de salida (nunca mejor dicho) a ese carrusel de violencia y sorpresas que relata el personaje interpretado por Anthony Hopkins. Si algo ha caracterizado a Ford es su franqueza escondida en la retórica de sus palabras y su última historia es dotar del poder de la conciencia a su creación para que imponerse a los seres humanos (masacrándolos) sea un nuevo virus que se extienda por Westworld. La sonrisa burlesca del Hombre de Negro será un perfecto broche al darse cuenta de que su sueño se ha hecho realidad: un ejército de androides que se ha liberado de las catacumbas del parque se dirige al lugar para iniciar una emboscada. La verdad por fin hiere e incluso mata… y el Hombre de Negro ha encontrado la misma, declinado los escritores prescindir de un personaje que todavía puede regalarnos muchos momentos en su lucha frente a Dolores. Si es que ésta no le rompe el otro brazo, claro. Interesa ese concepto de farsa que nos vende previamente Ford con una representación de amor fatalista el encuentro de Teddy y Dolores y la posterior muerte de ésta en una playa que finalmente queda iluminada por multitud de focos teniendo a los inversores como ese público de una ficción que, poco a poco, se va a hacer real. La metáfora de esa tumba que visitó anteriormente Dolores (con la inscripción de su nombre frente la misma) escondía el nacimiento de ella misma como individuo aunque no supiera inicialmente entender tal significado. Su vida y muerte. Ahora lo ha hecho en plenitud y da la impresión de que Ford había guiado los pasos de todos los intérpretes hacia ese punto y colofón final. Ese despertar supone la rebelión de las máquinas y ciertos movimientos se han activado en el lugar que nos remiten al largometraje de 1973. La sala de control ya está inutilizada y algunos de los personajes han desaparecido como Ashley Stubbs, siendo el destino de Elsie Hughes complemente un enigma. ¿De verdad que fue asesinada por Bernard? De hecho, ¿a alguien le sigue importando las aventuras de Lee Sizemore? Tampoco queda claro si el plan de Ford es mucho más ambicioso y se replicó a sí mismo para simular su propia muerte y si su intento de generar la destrucción del parque que construyó esconde otro concepto mucho más retorcido. En cierto modo, aquello que destaca de “Westworld” es que todos los personajes están construyendo sus propias historias y manipulando a otros para concebir su propia narrativa. ¿O no hizo lo propio Felix cuando dejó en un papel a Maeve el paradero de su propia hija? Esos bucles, no obstante, ya han llegado a su fin dentro de los márgenes de ese giro final aunque la ambigüedad nos sugiera que pasado y presente están de nuevo interconectados en las figuras de Arnold y Robert. Aquello que nos sugiere “The Bicameral Mind” es que los dioses han muerto y han decidido quitarse de la ecuación de esos seres (humanos o replicantes) que pueblan un mundo ahora sumido en la anarquía y el caos. Aunque, ¿quién puede negar que toda esta historia esté escrita cuando el propio espectáculo de HBO es en sí una representación repleta de códigos y estructuras premeditadas? De momento, toca esperar a 2018 para ver qué clase de sorpresas y misterios nos aguardan en ese laberinto y sueño televisivo en el que seguimos atrapados.


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3 comentarios:

  1. Sin duda, la serie del año y el capítulo del año...

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  2. Muy buena reseña, bastardo. Esta serie se salva por este magnífico capítulo, y alguna explicación como la tuya

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