Páginas Bastardas

jueves, 22 de agosto de 2013

Rompedientes: Más mala que sacarte los dientes con unos palillos

“Rompedientes
(Hada por accidente)
Título Original: “Tooth Fairy”
Director: Michael Lembeck
EEUU
2010

Sinopsis (Oficial):

Dwayne ‘The Rock’ Johnson interpreta a Derek Thompson, uno de los jugadores más duros de hockey —hasta que es condenado a ejercer como ‘hada de los dientes’ durante una semana—. Llevando unas alas peculiares y teniendo que aprender conjuros de magia de sus superiores (Julie Andrews y Billy Crystal), Derek está decidido a hacer el trabajo a su manera y a la misma vez demostrar que es capaz de lograrlo.

Crítica Bastarda:

Oh, yeah… ¡Vaya pedazo de B-O-D-R-I-O! Oh, yeah…

Que apareciera Seth MacFarlane trolleando al personal no salvó a “Rompedientes” de figurar en la lista de las Peores Películas del 2010 para público y crítica. Con un bruto jugador de hockey que pedorrea en las ligas menores y convencido de que los sueños nunca se hacen realidad, será condenado a ejercer como hada de los dientes como trabajo social directo a la redención… rectal… porque vaya PEDO de argumento. Con tal pestilente y delirante punto de partida —y un trama familiar de fondo junto a la incapacidad de compromiso de Derek Thompson (Dwayne Johnson)— el recital de lugares comunes es tan devastador como si el engendro acabara siendo un crossover con “El dentista” de Brian Yuzna.


Cuentan que es una copia barata y desdentada de “¡Vaya Santa Claus!” y que el trabajo de los seis guionistas acreditados —sí, seis guionistas— merece figurar junto a la restauración del Ecce Homo como los actos más fallidos artísticos de la década. ¡Ni Stephen Merchant puede salvar el engendro de ser una absoluta abominación infecta de caries cinematográfica! Además, está poco documentada… Todo el mundo sabe que El Ratoncito Pérez y el Hada de los dientes protagonizan un fuerte conflicto territorial que convierte los problemas entre España y Gibraltar en un chiste de una cinta de Arévalo. Si los guionistas se hubiera fijado en ese guerra mitológica y corporativa por el control de las primeras encías de los menores de edad —es sabido que con las se construyen armas de fuego para vender a los niños africanos como parte del lucrativo negocio— tendríamos una versión familiar e infantil de “El señor de la guerra” con dientes en vez de balas. Pero, ¿¡para qué documentarse algo sobre el tema!?


No paran de decirnos que puede encoger hasta 15 centímetros y precisamente el tamaño de cerebro aquí disminuye proporcionalmente a escasos milímetros. Dientes por dólares, dólares por neuronas… así funciona el intercambio con el espectador de la película que protagoniza Dwayne Johnson AKA ‘The Rock’ AKA No sonrías y nos enseñes los piños que nos da dentera. “Rompedientes” comienza con Johann Strauss y ‘El Danubio Azul’ haciendo saltar molares digitales mientras el gran público aclama la violencia deportiva. La sanción por embestir contra la valla y romper piños es tan mínima como si a Pepe le regalaran diez minutos sin árbitro para cumplir sus deseos homicidas en el césped. ¿Y esta película se supone que defiende los valores familiares con madres golfas y hadas putillas de indefinidos gustos sexuales? Con frases como «Soy el pretendiente de cualquier diente, dejen paso al rompedientes» o «No me toques los cordones o dejo caer los cordones» a esta película le ha dado por la rima y a nosotros por la autoestima. ¡Qué poca vergüenza haber hecho está película! ¡Qué vergüenza decir que la has visto en público! Nos indican que no debemos pensar soñar es malo si te conduce a crear expectativas falsas. Hay que dejarse engañar, pues, y vivir en una farsa… pero nadie se plantea el travestismo de ese mundo en plena marcha gay ni que hombres ligeros de ropa (y cabeza) se metan en las habitaciones de niños y niñas para quitarles parte de su ser y dejarles un billetito en la almohada como una vulgar meretriz. Repleta de instantes y niños tróspidos con su HAMOR hacia las alas y hadas, “Rompedientes” se resume en ese mocoso que quiere tocar la guitarra en público y evitar a los matones del colegio mientras que un jugador cacho-perro quiere curar su hombro y volver a marcar goles… La secuencia en la que Derek Thompson se tira unos ocho minutos mientras piensa si pasa o tira a portería simplifica el catatónico estado cerebral que se le queda a uno después de semejante tortura hecha filme. Y eso sí que es un «Oh, yeah…».

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